Hay palabras grotescas, bastas, socarronas, también graciosas, polifónicas, endebles, esperanzadoras; las hay sumisas, vacuas, potentes, ladinas y hasta “maldidisputadorembrollicad[as]” como aquella inventada por Aristófanes en Las Nubes. En ese universo de palabras hay una que es deseada, pero insensible; contagiosa, pero filosa; deliciosa, pero tóxica. Y resulta tan deseada, contagiosa…